A nadie se le escapa que estamos viviendo la mejor época posible para ser otaku y no digamos ya fujoshi. Tenemos plataformas legales que a cambio de suscripciones y pagos nos permiten a acceder a un catálogo de yaoi/BL que en otros tiempos nos parecería de ensueño, como son ejemplo Lehzhin, Manta, Tappyton, etc. No solo eso, más allá de Crunchy roll, medios normalmente pensados para un público generalista apuestan, como Netflix o Prime Video cada vez más por el anime (y el anime BL), doblajes de cada vez mejor calidad incluidos. Por no hablar de que estamos en un momento más que álgido en lo que respecta a las licencias de manga (¡y manwha, manhua, danmei!) BL. Nunca había sido tan fácil dedicar tus ahorros al hobbie. Nunca habíamos tenido tanto al alcance de nuestras carteras.

Sin embargo, pronto se nos olvida que no siempre así. Y permitidme que me ponga en plan abuela cebolleta, pero si este momento nos resulta tan dulce a algunas señoras fujoshis es porque se trata de algo que en los 2000 no nos podíamos ni plantear. Yo estuve ahí, Gandalf. Estuve en los tiempos donde no existían plataformas online, donde apenas si se traían dos o tres yaois cada dos años a España. En los tiempos de los OVAS vistos en 3 o 4 capítulos mal subidos a YouTube. Yo procedo de la época en la que los fansubs y los scanlations (gente que escaneaba y traducía de forma amateur con todas las consecuencias) eran lo único que teníamos.

Fueron buenos tiempos a pesar de todo: muchos aún recordamos la letra en formato karaoke en los openings con efectitos chulos, los subtítulos de un color distinto para cada personaje y hasta las notas de traducción con la que aprendías cosas nuevas de la cultura japonesa. Más tarde, llegaron los grandes grupos como Ai no fansub, las páginas online como anime, las páginas como Animeid, Megaupload que desplazó a Torrent con sus largas esperas y luego su estrepitosa caída. Crunchy Roll se hizo legal. Lehzin no daría sus primeros pasos hasta 2013 dando la clave de una nueva forma de distribuir cómics que al tradicional Japón, con sus revistas y tomos pensados casi exclusivamente para el mercado nacional y cuatro licencias mal concedidas al extranjero, no podía ni dimensionar. Y así, poco a poco, se creó el fascinante ecosistema de opciones rápidas y legales que tenemos hoy en día, las mismas que a la postre consiguieron abrir los mercados hispanos hasta la variedad inabarcable de la que disfrutamos hoy en día. No fue fácil, Kokoros. No pasó de un día para otro. Os lo digo porque estuve ahí.
Así que es normal que con la facilidad que tenemos hoy en día, leer un manga o un manhwa BL en una página no autorizada y gratuita sea para muchos una opción vaga y moralmente despreciable. Es no solo entendible sino un ejercicio de responsabilidad ante el propio consumo. Pero no se nos olvida algo muy importante: independientemente de su moralidad personal, todo otaku, y por inclusión toda fujoshi, que empezara a leer en los 2000 debió ser pirata. Literalmente, no teníamos otra cosa.
Antes de continuar y que me funéis por lo mucho que os estoy escandalizando, vamos a dejar algo claro y cristalino: la piratería tiene muchos aspectos negativos que son más que obvios. De todos ellos, el que parece más pernicioso es que impide que el artista reciba el justo pago de sus esfuerzos. Independientemente del sistema, si la empresa que facilita que el dibujante publique no recibe el pago por una lectura, el dibujante en sí la recibe aún menos, lo que dificulta que una serie se consagre aunque sea de calidad o incluso popular. Esto no solo afecta al mundo del webtoon, sino también a las propias escritoras de novelas BL o romance gay en español. Todos sabemos que hay páginas con PDF ilegales, blogs, grupos de telegram dedicados a la distribución ilegal de libros. Sé de autoras que han pedido el link en los propios comentarios de Instagram donde publicitaban sus libros. Incluso, autoras reconocidas han recibido comentarios bastante cínicos y surrealistas por parte de sus lectoras, aduciendo que poco más o menos estaban en su derecho al piratear sus libros, que si la autora ponía medidas «les estaba j0diendo la vida». La verdad, me encantaría que criaturas así supieran lo que es pasarte de tus meses escribiendo una novela, puliendo cada uno de los muchos detalles como que lectora ignoras (corrección, maquetación, portada, impresión, documentación varia), que pases todo ese largo y, a veces, fatigoso proceso cruzando los dedos por que alguien quiera leerte, para que aparezca un ser así, que se cree tan especial que considera que no solo puede quitarte tu retribución sino que debes regalarle el fruto de tus esfuerzos por la cara. Como si no valieras nada…
Yo misma he vivido algo similar. Yo descubrí mi novela pirateada en PDF apenas días después de su lanzamiento y tuve que denunciar a Google por ello. Aún con todo, soy una privilegiada. Mi trabajo nutricional me impide dedicarme todo lo que quisiera a la literatura, pero me da estabilidad. No necesito ganarme la vida solo con mis libros y eso hace que la situación de las artistas coreanas se vea como algo mucho más urgente que mi disgusto: es una cuestión de vida o muerte, de pan… o hambre porque tu obra está triunfando pero no por los canales que permiten un sostén.
Pero como estamos hablando de escalas de grises, la piratería sigue subsistiendo no porque todo en ella sea negativo, sino porque a veces su uso, más que algo positivo en sí, oculta las fallas del sistema. Esto es algo que Dani, el youtuber a cargo de Talking Vidya ha comentado en varios de sus vídeos, donde defiende que el uso de esta como algo necesario para la difusión del arte. ¿En qué se basa para sostener una afirmación que en principio suena tan antiintuitiva? Pues en la codicia de las empresas, que son aquellas que reciben el beneficio directo de las ventas ( y que luego pueden pagar unas regalías más o menos justas a los creadores). En tiempos del arte digital, tenemos productos que son maltratados por dichas empresas como series prometedoras que no se renuevan por no alcanzar ciertos números, series o películas eliminadas sin piedad de catálogos antes de su final, videojuegos que ya no se conservan sino que se alquilan y que no se pueden jugar en consolas nuevas… Frente a la frialdad de estas compañías que buscan ante todo el rédito económico, la piratería resulta la fuente más fiable para la conservación del arte digital. También está el temita de las licencias que en España sufrimos con especial crudeza: el hecho de que tengas que usar una VPN para que tu catálogo de la propia Crunchy Roll se multiplique exponencialmente si cambias la IP a Latinoamérica. Y, aunque resulte paradójico, yo también he pasado por ahí. ¿Quién me iba a decir a mí que una empresa global como Amazon les pondría tantas trabas a mis lectores de ciertos países para conseguir una copia física de mi libro? Podría citar hasta el mimo que ciertos fansubs daban a sus traducciones, a veces superiores a las traducciones oficiales… Bueno, no siempre. Aunque todos sabemos que un fansub de BL nunca hubiera hecho la de «me caes bien» de El verano en que Hikaru murió. https://www.youtube.com/watch?v=dYCkK3uC0_I
Pero, ya que estamos sacando todos los trapos sucios, vamos a sacar otra verdad incómoda a colación: la piratería no es solo una cuestión moral o económica sino de mera comodidad. Porque, si bien esta parecía extinta ante el streaming, ahora que tienes que suscribirte a tres o cuatro plataformas distintas para poder verlo todo, con el coste que supone, de pronto la piratería vuelve. Es igualmente cierto que dicha comodidad y gratuidad ayuda a que sean precisamente los menores de edad quienes lleguen a contenido inadecuado para su edad, algo que también ocurre entre los fans del BL. Porque, dejando de lado las traducciones dudosas, el formato o los anuncios sobre la cercanía de ciertas mujeres de la vida a tu localización una lectura en Tumangaonline resulta mucho más invisible para la supervisión paterna que el pago de coins de Lehzhin. Más allá de todo esto, está el delicado tema de la superioridad moral muchas veces enarbolada para ensalzarse uno mismo mientras se destruye al supuesto infractor. No sabemos lo que está pasando en la vida de otra persona. Puede que la persona que lee pirata esté pasando por un mal momento económico o sea una persona de escasos recursos. ¿Tendríamos el valor de pedirle que se abstenga de leer su serie favorita cuando dicha actividad puede ser lo único que le da consuelo? Sé que es un argumento delicado, pero, como estamos viendo, las cosas no siempre son blancas o negras.
Así que voy a recordar algo que va más allá del deber moral del lector de apoyar a su autor favorito: para que la gente pueda disfrutar de ciertas obras hay que crear una atmosfera cómoda para ello que tengan en cuenta la distribución y la equidad económica para todos los implicados. Y es que si hoy puedo comprarme un manhwa BL editado en España es porque años antes hubo un colectivo entero de Robin Hoods «robando» obras que de otra forma no hubieran llegado a estos lares, sin la que el por entonces yaoi no sería conocido. Porque, paradójicamente, fue la insistencia de esos fans, amorales en contra de su voluntad, la que cimentaron el público necesario para que fuera rentable traer las obras de forma legal, creando directa o indirectamente el panorama de alta disposición del que hoy disfrutamos. Así que tal vez deberíamos perdonarles y perdonadnos por nuestra pasado, pues es el que nos ha llevado hasta aquí… y leer legal siempre que sea posible.
